ANABEL ORONA

BUENA TERAPIA

 

La mujer subió al colectivo, recibió el boleto, se ubicó en un asiento en la mitad del coche.

Sacó de su cartera un cuaderno y una birome con la que hacía pequeñas correcciones que luego releía:  -«Querido Martín no veo la hora de enviarte estas líneas, me pasaron tantas cosas…» – miraba por la ventanilla, tachaba algo en el papel y seguía leyendo: -«me asaltaron tres veces y tres veces hice el duplicado del documento. Mis nervios quedaron destrozados, tuve que recurrir a la terapia para recuperarme, por cualquier cosa tenía miedo, fue horrible, por suerte ahora estoy mejor con la historia del tratamiento aprovecho y mando al diablo a todo el que se arrima con mala onda, esto antes no lo hacía…»

El colectivo se fue llenando. Desde la vereda un chico con una caja preguntó al chofer: -¿Puedo? -Sí, por atrás, contestó. El vendedor subió ofreciendo: -¡Diez alfajores por un peso, lleva marca, lleva calidad!- La mujer interrumpió la lectura.-¿Tenés de chocolate? -No, quedan de dulce de leche – ¡Ah no! Gracias. El vendedor terminó su cantito: -Para saborear en el viaje, para llevar de regalo. Hizo algunas ventas agradeció y bajó.

Ella continuó leyendo: «¿Sabés? Gracias a Dios di con una buena psicóloga; nada que ver con las anteriores, en la primera sesión consiguió tranquilizarme, ¿qué me contás?. Me explicó que todos estamos expuestos al peligro, me pasó a mi como le podía haber pasado a ella, que hay que aprender a convivir con éstas fatalidades y que la solución era sacar poco a poco el miedo que estaba adentro mío por medio de la terapia. Así recuperé la confianza y a partir de aquella charla los jueves fueron sagrados, a los treinta y cinco años descubrí que mi vida recién empieza y en lugar de llorar por lo sufrido agradezco estar viva y valerme por mi misma…» Dio vuelta la hoja.

Asomando la cabeza, entre los que iban subiendo, alguien preguntó: -Carlitos, ¿me abrís atrás?. El chofer asintió. Los escalones resonaron bajo los pesados zapatos; después una voz ordenó violentamente: -Nadie se mueva- y agregó: -Esto es un asalto. Los pasajeros por instinto se dieron vuelta y encontraron un payaso alto, risueño, de boca pintada, peluca verde, nariz bolita y dos cruces blancas sobre los párpados. Más tranquilos volvieron a mirar hacia adelante.

La mujer paralizada tenía el cuaderno apretado contra el pecho, la mirada clavada en la espalda del chofer, apenas respiraba, un hilo de transpiración le corría por la frente. El payaso llevaba un bolsito colgado en la cintura, de donde sacó un revólver  calibre treinte y dos que apoyó en el hombro de la mujer preguntando: -¿Y vos? ¿No pensás darte vuelta? ¿ Y si te quemo?- La mujer siguió inmóvil, el payaso amenazó: ¡Y te voy a quemar!- Sacó el seguro del arma y oprimió el gatillo, ella apretó los dientes y cerró los ojos en un solo temblor, del caño del revólver saltó una banderita de plástico que decía  «bang bang». La mujer miró hacia el costado y vio al payaso que con una carcajada decía : -¡Te asustaste! ¿no? mientras repartía entradas para el circo «Hnos Rivero». Lo estudió, bajó la mirada mientras guardaba  el cuaderno  y la birome. El payaso caminó hasta el chofer, le convidó  un cigarrillo, fuego y volvió hasta ella, que recibió la entrada con indiferencia. Antes de que se retirara, la mujer cayó desmayada sobre sus largos zapatos. El revuelo fue enorme. El payaso como loco rogaba : ¡Un médico, un médico!- El chofer apagó el motor. Los pasajeros se dividieron, unos querían linchar al payaso y otros arrodillados asistían a la víctima abanicándola, propinándole golpecitos en las mejillas tratando de tomar su pulso, pero ella no volvía en sí. Alguien suplicó: ¡Agua, traigan agua por favor! El payaso enredándose en sus bolsudos pantalones bajó de un salto, entró al kiosco y volvió junto a la mujer con una botella. Le sostuvo la cabeza, logrando que tomara unos sorbitos. Un muchacho dijo: -¡Ya está, revivió, no se amontonen!.

El payaso con el rostro desencajado le preguntó: -¿Te sentís bien?- La mujer abrió los ojos, lo miró fijo por unos segundos y no pudo más, con una mueca transformada en risa y luego en carcajada contestó: -¡Te asustaste! ¿no?

 

Anabel Orona. Nace el 8 de febrero de 1960. Vive en Hurlingham. También escribe poesía y ha publicado una plaqueta con algunas de sus composiciones. Recientemente participó en el proyecto de Talleres Itinerantes del Circulo Literario Abierto de Abuelos Bonaerenses auspiciado por el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación. Fue discípula del narrador Juan Alberto Nuñez, de intensa actividad en el oeste del conurbano bonaerense. Juan dijo algunas cosas sobre la prosa de Anabel: «Toda recomendación contiene algo de arbitrariedad y de sugerencia. Anabel Orona plantea una situación y busca resolverla con economía de recursos, con lo que logra un certero impacto emocional en el que lee. Del mismo modo, sondea en esos instantes críticos en que aparentemente no pasa nada y en realidad suceden muchas más cosas que las que ella cuenta. Su manera de rodear la historia, de darle una atmósfera, hace pensar en aquellas obras del maestro Berni, y es probable, al menos es la sensación que deja su lectura, que Anabel Orona rehuya todo contacto con esa literatura verborrágica y pomposa».

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